Saint-Mariè de Csejthe

(No puedo creer que estás aquí conmigo,

nunca te dejaré ir.

Todo se siente tan irreal,

tan perfecto y tan nuevo.

Prometiste que no me harías daño,

¿por qué no puedo creer?)

-Gloomy shadows, Blutengel.

De todas las cosas a las que había temido durante mi existencia, la peor de todas era el fuego. Ni siquiera mi temor a la muerte –temor que, en ese momento, consideraba estúpido- lo podía superar. Y nunca nada pudo hacerlo. No sé qué representaba exactamente el fuego para mí, pero estoy segura de que no era nada bueno. Y nunca lo fue, por supuesto. Tal vez su color, su textura, su poder… Di un paso atrás, aterrorizada, al contemplar aquella gran fogata que se alzaba frente a mí. Sin embargo, unos brazos fuertes me impidieron escapar. No eran más fuertes que yo, por supuesto, pero en ese momento no estaba lo suficientemente bien como para debatirme. Observé a los ocho pares de ojos grises que me miraban sedientos de venganza, incluyendo a unos penetrantes que me apenaba contemplar, y me obligué a recordar por qué estaba allí.

Su increíblemente precioso rostro llegó nítidamente a mi cabeza, sonriendo para mí… Pero aquella feliz imagen se vio desplazada rápidamente por el recuerdo del momento en que todo había acabado; la remembranza de su cara habitualmente pálida, esa vez sin vida, me hizo dar un paso adelante, con la decisión estampada en la mirada: tenía que hacerlo.

Los hombres reunidos alrededor de la fogata, en un círculo, se acomodaron para contemplar lo que se aproximaba y sus sonrisas se ensancharon a tal punto que me pareció que, de un momento a otro, sus bellos rostros podrían deformarse. Alguien, a quien no pude identificar, se acercó a mí con una gran estaca en la mano izquierda. Sonreí de lado, ocultando el miedo, y cerré los ojos. Por una milésima de segundo deseé que él apareciera para decirme que estaba allí, junto a mí, y que todo eso era innecesario. Pero sabía que era totalmente imposible. Porque yo había acabado con su vida, porque yo había bebido hasta el último resto de su alma... porque yo, una vez más, lo había arruinado. En algún momento pensé que siendo sobre-humana podría ser menos torpe o más cuidadosa, pero nuevamente me equivoqué.

En ese momento supuse que sacrificarse por alguien cuya existencia era más importante que la propia hacía todo aquello un poquito menos cruel de lo que en realidad era.

No sé cómo ni por qué llegué a ser lo que soy, al menos no con exactitud. Sólo sé que ahora soy parte -y lo seré por siempre- de algo que nunca deseé realmente, algo que puede acabar con mi existencia y con la de todas las personas que me importan o me importaron alguna vez.